EDITORIAL ENTRE RÍOS

El acuerdo y las decisiones políticas

El pasado primero de noviembre, en este mismo espacio, afirmamos que nunca como ahora hubo la sensación que, en la negociación por el pago de la deuda con el FMI, la moneda estaba en el aire. Después de conocida la carta -en rigor, una publicación en redes sociales- de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el pasado sábado, daría la sensación de que la moneda todavía sigue en el aire. Pero que su caída parece inminente. La publicación de Cristina, como sucede con las bulas papales, dejó tela para todo tipo de interpretaciones. Durante el fin de semana y en la que estamos empezando seguramente también.

Básicamente, dejó en claro tres cosas: que la decisión sobre un acuerdo la tuvo, la tiene y sobre todo la tendrá el presidente; que ella no se opone pero que la oposición no puede desentenderse de definir o no su apoyo a lo que finalmente se firme, como lo establece la ley; y la tercera sería “Ojo con lo que se firme”, porque podría significar, dijo, “el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y crecimiento con inclusión social del país”. Como si fuera poco, seleccionó un párrafo discursivo del presidente para finalizar dejando en claro cuál es el Alberto que prefiere: el que dice que no claudicará ante los acreedores. Insisto, esto que decimos es solo parte de un discurso que da y seguirá dando para innumerables análisis. Lo que finalmente queda flotando, como metamensaje, es lo más importante: la indefinición del momento. Al explicitarlo de la manera en que lo hizo, Cristina dejó en claro que, pese a todos los trascendidos oficiales sobre reuniones con empresarios, sobre diálogos con Georgieva, o posibles salidas alternativas a través de negociaciones con terceros países, lo que queda claro es que aún no hay una definición. Es decir, que la moneda sigue en el aire.

¿De cuánta plata hablamos? La deuda que dejó Macri y su mejor equipo de los últimos 50 años, incluyendo al Messi de las finanzas y ex presidente del Banco Central, Luis Toto Caputto, es de 44.500 millones de dólares. Para tener una mejor dimensión: el Plan Marshall implicó invertir 13 mil millones de dólares, que equivalen a 90 mil millones de dólares de hoy, para reconstruir 17 países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial. ¿Hace falta decir que se fumaron medio Plan Marshall? Lo reconoció el propio Macri, no con estas palabras. Hubo que pagarles a los bancos, dijo. Entre capital e intereses, hay que devolver 19.020 millones de dólares en 2022, 19.270 millones en 2023 y 4856 millones en 2024, además de los más de 4000 millones pagados este año. Por si hace falta otra aclaración: no tenemos esa plata. El Estado argentino, el que todos los liberales piden achicar, no la tiene. Vale aclarar que el préstamo aprobado por orden de Donald Trump, para favorecer la campaña de Macri, era de 57 mil millones, que no llegaron a desembolsarse. Menos mal.

Alternativas de las que se viene hablando desde hace algunas semanas: mecanismos bilaterales de asistencia a través de los bancos centrales de, por ejemplo, Rusia o China, que permitan canjear la deuda con el FMI. Para eso se apelaría a los llamados swaps de monedas, o la utilización de los Derechos Especiales de Giro, la moneda del FMI. Que podrían prestarse a la Argentina a una tasa más o menos conveniente, que permita al país pagarle al Fondo, aunque nos dejaría la deuda con estos países, ¿a cambio de qué? La pregunta no tiene por ahora respuestas concretas. Se habla de inversiones, de recursos naturales, de proyectos de desarrollo en común. Por ahora, sólo trascendidos periodísticos.

Para poder afrontar los compromisos de la deuda, una expresión se repite permanentemente: reducir el déficit fiscal. Es decir, reducir la diferencia negativa entre los recursos que ingresan y egresan del Estado. De manera de contar con los dólares para poder pagar. Para eso, casi excluyentemente se habla de reducir el gasto público, que no es otra cosa que lo que se gasta en salud, educación, seguridad, etc. Los liberales te dicen que es gasto político. Es todo, en realidad. Pero la mayor parte, son servicios esenciales del Estado, más la obra pública.

El economista Ricardo Aronskind, en el blog El cohete a la luna, escribió este domingo en referencia al acuerdo que se está negociando. “Es muy llamativo que el único que no está enterado de las cuentas que se hacen en torno del futuro de nuestro país sea el propio pueblo argentino”, dijo el economista en un artículo titulado La gente tiene que saber.

Aronskind propone otras formas de reducir el déficit sin reducir el gasto público. Una es recaudar más impuestos por la reactivación económica en curso. Otra vía no contractiva es encarar una política firme de reducción del contrabando y la evasión y elusión impositivas. Con capturar menos de una decena de miles de millones de lo contrabandeado (Por la llamada Hidrovía, por ejemplo) no sólo se puede bajar el déficit fiscal, sino también contar con fondos adicionales para una política expansiva. Para lograr esa captura se requiere reforzar fuertemente los organismos de control, dice Aronskind. Tarea difícil, agregaríamos nosotros, con dependencias infestadas de topos colocados en cada una de esas áreas por las mismas corporaciones a las que deben controlar.

Una tercera vía, es una reforma impositiva progresiva. Idea que fue mencionada al principio de la gestión y que luego cayera en el olvido.

Como se ve, no es que no haya alternativas. Lo que tiene que quedar claro es que las alternativas pueden ser económicas. Pero las decisiones son siempre políticas.