COLUMNA DE OPINIÓN

No hay que quemar etapas

Se dice que el ser humano nace, crece y se desarrolla.

El nacimiento es la primera etapa del ciclo y nadie pone las condiciones; ninguno elige cómo, cuándo, dónde ni bajo qué circunstancias nace; simplemente, nace.

 

Luego viene el tiempo del crecimiento. Es la etapa de los primeros gestos de autonomía pero con guía: desde gatear hasta ir a la escuela. Es momentos de juegos y aprendizajes. De la capacidad de los guías para enseñarles a diferenciar lo bueno de lo malo, lo lindo de lo feo, el bien del mal, dependerá que sea positivo.

 

De una buena  absorción y asimilación de preceptos y concejos dependerá que, poco a poco, vayan prescindiendo de las guías para transitar un sendero que parece despejado aunque siempre tendrá escollos que serán más fáciles de sortear si se advirtieron a tiempo.

 

A ésta etapa la volvió clave el devenir de los tiempos. Antes era más clara la línea divisoria entre niñez y adolescencia. Pero no importa el antes; interesa y preocupa el hoy porque la línea tornó a difusa y, a la luz de la realidad, salvo en la primera infancia, no está muy claro dónde termina la niñez y donde comienza la adolescencia.

 

Decía no importa el ayer; excepto para comparar, para las estadísticas. Hace un cuarto de siglo, un par de periodistas tuvimos la oportunidad de entrevistar en el Hospital Teodoro J. Schestakow a una médica obstetra que había asistido en el parto a una niña de 15 años. Mamita y bebé, bien (lo más importante) y un bagaje de preguntas a la profesional que abarcaban aspectos biológicos, mentales, emocionales de la chica, del también joven papá y de los un poco más grandes abuelos. Los sanrafaelinos sorprendidos “¡Tan chicos!”.

 

Veinticinco años más tarde la edad de inicio sexual ha bajado y, como una consecuencia lógica, aparecen los preocupantes embarazos adolescentes con chicos que no pueden afrontar el desafío y padres que rápidamente tienen que volver a preparar biberones, cambiar pañales, desvelarse por nanas; Es decir jóvenes abuelos que deben hacerse cargo porque nena y nene no está preparados.

 

Algo falló. El sendero quedó sin marcar y el rumbo tomado fue el equivocado. Los grandes no tuvieron la precaución de controlar las señales para que fueran visibles en todo momento. Los chicos abandonaron muñecas y autitos para jugar a ser mamá y papá. Quemaron una hermosa etapa y, cuando se dieron cuenta, ya era tarde.

 

Si de eso aprendemos todos, si los mayores enseñamos a los menores la importancia de vivir cada etapa como se debe, si los controlamos adecuadamente pero sin claudicaciones, puede llegar a disminuir la tasa de embarazos adolescentes que tanto nos inquieta hoy.

Por Roberto A. Bravo