El sentido común indica que el propietario de un perro de raza peligrosa debe tomar todos los recaudos para evitar que el animal esté suelto. Algunos lo hacen; son responsables. Otros no; siempre hay desaprensivos.
De cualquier modo, aun cuando una parte sea consciente del daño que puede causar un can, no podrá impedir lo accidental.
En San Rafael se registran casos donde perros truncan vidas o mutilan de por vida. En la víspera, a una pequeña domiciliada en Los Claveles hubo que practicarle de urgencia una delicada cirugía reconstructiva de rostro en el Hospital Teodoro J. Schestakow. Está internada en Terapia Intensiva.
¡Hagan algo! Exclama la gente indignada cuando toma conocimiento de estos hechos, aunque la demanda se acalla pronto. Vivimos tiempos de inmediatez y aunque los días tengan las mismas horas, pasan raudamente y un acontecimiento tapa a otro hasta hacerlo olvidar rápidamente.
Pero (y a propósito de animales) tratemos de tropezar con la misma piedra la menor cantidad de veces posible. Exijamos un registro obligatorio de razas peligrosas (como Pitbull, Doberman, Rottweiler, Dogo y otras) donde consten todos los datos de animal y propietario. Asimismo cartelería que alerte sobre la presencia de esos perros en ciudad y distritos.
Incluso, imitando lo que se hace en otros lugares, la implantación de un chip sería importante también a la hora de un extravío o robo. Según entendidos, ello no representa un costo significativo.
La identificación, obviamente permitirá el rápido reconocimiento del dueño que será responsable absoluto de las consecuencias.
Desde 2006, en la provincia de Mendoza existe una ley que contempla lo apuntado, excepto lo de los chips. Tras la sanción, los municipios debían reglamentarla conforme sus particularidades y criterios. San Carlos ya lo hizo "regulando la tenencia, posesión y propiedad de razas peligrosas de perros".
A la luz de los hechos, debiéramos imitarlo. Está visto que aquí los mensajes municipales que apelan a la responsabilidad son insuficientes. Se necesita una herramienta concreta porque en mayor o menor medida, todos somos hijos del rigor.
¡Ah! Y aunque la gente se olvide, el peligro sigue.
Por Roberto A. Bravo
Etiquetas: Columna de Opinión, perros peligrosos