Circo criollo: templo de los de abajo, catedral de lona, entre famélicos acróbatas y payasos que sonríen las heridas comarcanas, pepinos agridulces que abofetean a la colonización cultural del siglo XIX, e inauguran el congreso de identidad donde los héroes de tierra adentro, los “bárbaros”, los que nunca pisaron los altares de la academia, se consagran.
“Me bautizó un cura chino/ hombre con tan gran julepe/ y tan entregado al vino/ que en vez de poner Pepe/ fue y me puso el gran Pepino” (José Podestá). En el circo criollo Juan Moreira y los sagrados bandoleros alcanzan la gloria, no la del manual de historia, sino la de la lágrima y la del aplauso del pueblero y la peonada.
Tanto es así que durante una representación, en el momento en el que el protagonista es atacado por la policía, un espectador invade el escenario, facón en mano, para defender a Juan Moreira.
Circo criollo, Martín Fierro hecho carpa, acuarela de querencia, andariego de la Argentina gaucha e indoamericana. “Somos los criollos mentados/ de los pagos de las orillas/ que nos ponemos golilla, / de pañuelitos floreados” (José Podestá).
Cuna de artistas que no hicieron el conservatorio sino que se formaron en la escuela de los trapecistas de los cielos provincianos, de los domadores de baguales, es decir se educaron en la escuela de pasión de los hermanos Podestá, pioneros del circo criollo. Un artista de este espectáculo tiene que actuar, hacer de payaso, de acróbata, trapecista, tocar la guitarra, cantar, bailar, montar a caballo, vestir chiripá y pelear, entre otros menesteres: “Somos los quiebra cantores/ que hemos sacado patente/ de peleadores valientes/ y bailarines pintores” (José Podestá).
Los Podestá son los creadores del teatro argentino ya que incluyen, por primera vez un drama nacional (Juan Moreira) en el circo, obra adaptada por el propio Eduardo Gutiérrez y protagonizada por José Podestá, para luego representar dramas como Martín Fierro, Pastor Luna y Hormiga Negra. Mientras que en los teatros porteños la burguesía se regocija con obras de autores europeos, el circo criollo representa obras nacionales que consiguen que el pueblo vea algo impensado en el teatro de Buenos Aires de finales del siglo XIX: al gaucho engañado por el gringo ladino y perseguido injustamente por la autoridad.
Advierte el dramaturgo García Velloso: “A pesar de los teatros suntuosos, a pesar de las compañías disciplinadas y de los repertorios multiformes que hoy en día son timbre de orgullo, yo vuelvo, con una ternura infinita mis ojos hacia el circo criollo que fue la cuna glorioso donde nació para triunfar la dramaturgia rioplatense. Debía ser el circo el continente teatral Argentino único. Buscamos, sin embargo, briosamente el perfeccionamiento de nuestro arte escénico en la asimilación de las formas europeas seculares. Si no hubiéramos abominado inconsultamente del circo, si no hubiéramos anhelado la magnificación de nuestras obras cambiando los dos sitios de acción, la pista y el tabladito, por el proscenio tradicional, hoy tendríamos las formas de representaciones dramáticas más originales del mundo”.
El circo criollo es un espacio de resistencia cultural, muy pocas danzas y ritmos, hubieran permanecido sin su presencia, de hecho es el circo de los hermanos Podestá el que hace resurgir al pericón al incorporarlo en 1890 en la obra Juan Moreira. Fueron también parte del circo criollo los célebres payadores Gabino Ezeiza y José Bettinotti. “Al son de la rota guitarra/ canté el gato, el pericón,/ la milonga, el cimarrón/ y con voz de chicharra/ entusiasmé a la reunión:” (José Podestá).
Mientras en la década del 80, del siglo XIX, la cultura oficial “la civilizada” coloniza a los porteños, los europeíza; el circo criollo, el de la cultura “bárbara” argentiniza a los argentinos, los americaniza, los emancipa.
Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: Salamancas y caminos